Cada vez se le resecaba más la garganta y las piernas se le endurecían en aquella tierra
negra y agrietada, su pelo quebradizo se movía con aquel viento oloroso a combustible
quemado, azufre y excremento. Tenía ya muchos días sin probar gota de agua y en aquella
transitada avenida los autos ocupaban el espacio vital, sus gritos eran para que alguien
evitara su muerte, pero su sonido se perdía entre el chirriar de los neumáticos.
Cuando ya se doblaba sin esperanza alguna, en la calle vecina al camellón, donde él estaba,
un auto de vidrios polarizados se detuvo, las ventanillas bajaron y se escuchó la música
mezclada con voces agudas, del interior empezaron a salir múltiples ramas verdes y
olorosas a retama que lo movieron y atropellaron su debilidad, acelerando su fin.
Ya no alcanzo a sentir esa húmedad que su organismo deseo afanoso para alimentar su
organismo.
NOHEMÍ SOSA REYNA.
Me fascinan los viajes y la poesía, desde un lugar cercano al trópico de cáncer escribo, ¿podré recorrer esa línea con mi imaginación y mis pasos?
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