Ahora escribo de una ciudad
que tiene llamaradas en los ojos
de sus habitantes saurio hormiga camaleón
con olor de azufre en su pozo seco
y casa antigua con fantasmas que lloran
donde una antorcha consume el azúcar de los días sin Dios.
Ahí se puede llenar el horizonte en una pantalla
y volar sobre las vías de un tren veloz
también rascarse la imaginación en el nacimiento de las alas
y oscurecer en la soledad de un vidrio polarizado
dejar de tocar la guitarra entre las paredes de una cárcel
y no olvidar que es una ciudad sin alacranes ni serpientes
sólo algunas similitudes muy humanas que silban y rasgan
la piel de las doncellas que sueñan el tulipán del día
su ensoñación forma espirales doncellezcas
donde se inhibe una prostituta que entretiene el hastío
entre cada uña limada y pendiente de oficio albañil
carpintero indiferente piso incompleto de edificio
donde el potentado tomará un whisky mientras afloja
su corbata y saca el marfil de su navaja con que degolla
el sol de su eficiente secretaria que prepara café
olvidada en su rutina de las faldas de sierra donde brilla
el listón de una mujer que cosecha la esperanza en cafetales
y entre el papel con índices de bolsa la secretaria ahoga el sollozo
porque fue esa mañana de cristal que el mediodía había decolorado
la figura del modelo que anuncia trajes en la azotea de enfrente
y la tiraniza con su existencia hueca sin jadeo ni hazaña
mientras abajo la rutina se disfraza y la tensión se va al tocar
un pétalo de orquídea sin hablar en fin de una ciudad sin amanecer
ni atardecer ni roca y al sol lo suplanta una lámpara de neón
donde la sangre es fría y el cerebro una estrella maligna
entre escudos de fibra de vidrio y carrocería de metal plateado.
Ahí arrinconan en cajas de seguridad la vida para que el pobre
no sienta tentación por el dinero y el rico se sature con su brillo
en ese oscuro sótano del Banco hay tantos huesos anónimos
que la llave es ahí la brújula del mundo y el capitán gerente
cierra la puerta para que nunca amanezca en esa ciudad
donde los hombres se abrochan la esperanza con cara destemplada
mientras el viento remueve en sus entrañas el anhelo de una ola de mar.
NOHEMÍ SOSA REYNA
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