Todos los chiquillos permanecían acostados en el suelo, envueltos en cobijas y colchonetas, sobre aquel tapanco de la bodega. Hacía mucho frío, era una de aquellas noches de invierno cuando el termómetro marca bajo cero grados centígrados, el lugar hacía se sintiera más helado, pues ahí era el almacén de la ropa y el calzado que el abuelo vendía, porque él era comerciante, salía todas las mañanas, -menos el domingo que iba a la iglesia-, a vender su mercancía a los pueblos cercanos, en su camioneta ford, cubierta con una lona, vendía, ropa de mezclilla, botas de vaqueta para el trabajo, zapatos para damas y niños, vestidos, telas y todo lo necesario para el ajuar.
En la bodega había un olor muy fuerte de la piel de aquellos zapatos nuevos que se apilaban en las cajas con mucho orden, las grandes columnas eran ocupantes del espacio y así los niños sentían todo aquello muy diferente a lo que veían todos los días en sus casas y añadía otro olor en aquella noche de aventura navideña, porque era la víspera de navidad.
Los niños sabían que al otro día por la tarde, después de comer muchos buñuelos, plenos de azúcar, de romper piñatas y comer dulces y galletas, irían a la iglesia pentecostés, ahí verían el cuadro teatral navideño, donde los angelitos con alas de cartón cubiertas de brillo metálico y con chinitos de papel de china y un halo forrado de papel dorado sobre su cabeza, darían junto con aquel angel anunciador las buenas nuevas a los pastores del nacimiento del Redentor de los hombres, verían al Niño Dios en el pesebre y cantarían "venid pastorcillos, venid adorad, al Rey de los cielos que ha nacido ya".
Esther permanecía muy callada en su banca de madera, viendo todo con sus grandes ojos muy abiertos, sentía el frío que entraba por las ventanas de la iglesia del pueblo, le castañeaban los dientes y su temblor era de emoción y de frío por aquella noche, no quería que terminara, porque ahí, muy cerca, sentía la presencia de sus primos, sus tíos, sus padres y sus abuelos, había alegría en todo aquello, además su gusto por los tamales y los buñuelos sería saciado muy pronto.
Al salir de la adoración navideña, ya la cena estaba lista, después de caminar por la calles oscuras rumbo a casa, enseguida de cenar irían de nuevo al tapanco para domir inquietos pensando en la llegada de los juguetes.
En la cocina se quedarían los adultos hasta muy noche con sus conversaciones y sus risas fuertes, mientras entre pláticas, chistes e imitaciones tomaban su café con leche, la abuelita Alicia los atendía a todos muy gorda y sonriente, repitiendo siempre, cuando alguien decía una exageración ¡Alabado sea Dios! y reía con más fuerza.
En la mañana había que salir corriendo para buscar en la sala los juguetes bajo el árbol de navidad, había carritos para sus primos y para ella y sus primas muñecas y juegos de té, después jugarían por horas y horas a las comadritas, a las visitas y a los viajes en los cochecitos de sus primos, que hacían andar los pequeños modelos con sus manos y haciendo rrrrrrrrrruuunnn con la boca.
Las muñecas casi siempre eran rubias, aunque ahí no había gente rubia, sólo su abuelita tenía los ojos muy azules.
Esther era una niña melancólica, casi siempre callada y alejada de los juegos corporales, prefería observar a los adultos, ver como se entretenían tan bien en aquel pequeño círculo, donde la única novedad era la llegada de los predicadores y misioneros que venían de Nueva York, Houston, Puerto Rico y otra lejanas ciudades, ellos eran huéspedes de su abuelo, casi nunca se dirigían a ella en especial, pero le atraía su forma de hablar diferente y algunos detalles curiosos como las corbatas en los hombres y las redecillas que usaban las mujeres en sus chongos, sobre todo las mujeres negras, las mujeres vestían muy elegantes y los hombres con trajes increíblemente bien planchados.
El abuelo de Esther vivía en un pueblo formado por una sola calle a orillas de un río poblado por enormes álamos, con casas pequeñas y con patios enormes donde crecían altísimos árboles de aguacate, en la cochera siempre veía su camioneta ford con la que iba a vender los zapatos y un coche largo y verde pálido en el que iba a la ciudad. Autora: Nohemí Sosa Reyna.
que lindo relato de la navidad! muy dulce!! yo para estas fiestas me vine a vivir en uno de los departamentos en buenos aires que quedan en Palermo así que tuve una navidad distinta pero muy especial! Saludos! muy lindo blog
ResponderEliminarGracias Romina. Saludos desde el norte de México. Te deseo un Feliz Año 2011.
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