Resquebrajado cántaro encantado
es un viento que necesita dirección.
¿Quién canta el dolor despalado
cinigrífico de antaño?
Escozor de cicatriz
y mañana verás, bato.
Por lo menos se arranca
una pusinoica en la barranca;
y el saxofón corroe hasta el óxido
la saliva de los locos.
Entrada en el vacío bailó
como demenciada,
propinando escupidazos en
los vientres lúmbicos
se escolapiaba en sus ojazos
téticos.
Inco rociónica por la coherencia
de su mano, entró en proestámicas
cabalduzadas de los tiempos cíclicos
de las 33 revoluciones asfálticas
del orio negro.
Pasabamos interminables los blancos
con Groucho, mientras sus bigotes
envolupiados
mantenían su lugar. Ella
no lo entendía, y para que decirlo,
yo tampoco.
Era de noche y las imploruseladas
se escondían y
los huecos del conejo blanco se
fueron directos sobre Alicia que,
tontaria, cantaba una fuga operística.
Vaya, vaya, me dijo el orecunario
entre mareas misteriosas:
qué patín con tu gíglico y
tu exnoema poemínico.
Sin final, tome a Rota en 8 1/2
y lo circense trapeció.
VÍCTOR MONJARÁS-RUIZ. ADAMAR (Hijo del hombre). Ed. Al Este del
Paraíso. México.
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